Inés Peraza y Luis de Herrera: una relación inédita
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Para conmemorar el 20 de noviembre de 1488, día en que presuntamente estalló la rebelión de La Gomera contra Fernán Peraza el Joven, señor castellano de la isla, vamos a dar continuidad a nuestro anterior par de artículos sobre este importante hito histórico con un testimonio inédito que aporta algo más de luz sobre los hechos, y proponiendo una nueva hipótesis conforme a estos datos.
Suele defenderse que tras la conquista de cada una de las islas Canarias, especialmente tras las campañas emprendidas por la propia Corona de Castilla en los casos de Gran Canaria, La Palma y Tenerife, se impuso en ellas un ordenamiento político, jurídico y administrativo configurado de tal manera que sus primigenios habitantes gozaran de los mismos derechos y libertades que los demás súbditos del reino, siempre que aquellos abrazaran el cristianismo y se sometieran a la autoridad del trono castellano, consideración recogida oficialmente en documentos como la ya expuesta Carta de Calatayud. Sin embargo, es bien sabido que el nuevo régimen colonial discriminó y marginó a la mayor parte de la población indígena frente a la europea, en especial a aquellos individuos y grupos familiares que se negaron activa o pasivamente a colaborar con los invasores durante y después de la guerra de ocupación.
¡Celebremos el Día del Libro! https://www.youtube.com/watch?v=W8_-9j8Vka4…
En nuestro artículo sobre el caudillo benahoarita Tanausu señalábamos la importancia que ostentan los antiguos héroes canarios en la conformación de la cultura popular del archipiélago.
Este valor alcanza cota paradigmática en el caso del guerrero grancanario Doramas, al sumar a los clásicos atributos personales de valentía, abnegación y autosacrificio, propios del modelo heroico, el del sujeto de origen humilde determinado a construir su propio destino, que pugna por ascender con su solo esfuerzo por la pirámide social a la que pertenece, mientras simultáneamente encara los obstáculos puestos tanto por el statu quo –una oligarquía isleña decidida a perpetuarse en el poder mediante el instrumento del linaje– como por fuerzas ajenas a las contradicciones sociales internas –los invasores europeos–.
Algunas de las fuentes narrativas que abordan el relato de la llamada conquista realenga de Gran Canaria atestiguan la participación en ella de los capitanes Pedro de Santisteban, Cristóbal de Medina y Esteban de Junqueras al mando de tropas enviadas por la Corona de Castilla entre 1480 y 1481 para reforzar los efectivos invasores ya estantes en la isla. Si bien la documentación pública coetánea corrobora la participación de los dos primeros en la campaña, al presente no se conocı́a dato alguno que demostrase con análoga fuerza la intervención del tercer personaje, prueba que presentamos en este artı́culo.
Antonio M. López Alonso
(Artículo ampliado con un documento adicional el 11 de diciembre de 2022)
Por su naturaleza, los conflictos bélicos han constituido de siempre y a la vez un destino y un punto de partida. De partida, para quienes se ven abocados por la violencia a sufrir el desarraigo físico, cultural y emocional que supone la huida de una zona en guerra. De destino, para quienes ven en el caos del conflicto una oportunidad de escapar a castigos, represalias y persecuciones ordenadas por el poder establecido o a designio de terceros, bien sea por razones políticas, personales, o porque el fugitivo efectivamente ejerció la violencia criminal contra personas o bienes. En este último caso, la guerra viste al delincuente con un manto de impunidad que le permite seguir cometiendo, esta vez sin más cortapisa que la de su propia voluntad, aquellos u otros crímenes y delitos.
Un caso especialmente rentable de hermanamiento entre delincuencia y belicismo es el del uso de convictos por parte del poder político como efectivos de guerra a fin de dar cumplimiento a sus propios intereses, librando por un lado a sus gobernados del riesgo que supone la presencia del criminal, y, por otro, canalizando hacia el esfuerzo bélico, a coste cero, la agresividad latente en la persona o, en su defecto, el deseo de sobrevivir a un conflicto que esta quizás juzgará como ajeno a sus intereses.
Sobre este particular, tres de los cuatro documentos públicos cuyas transcripciones aquí presentamos no son unos desconocidos[1]Detallamos las oportunas referencias en las notas de las respectivas transcripciones.. De hecho, fueron reseñados en 1981 por el profesor Eduardo Aznar Vallejo[2]AZNAR VALLEJO (1981), pp. 19, 26-27, 32., uno había sido transcrito en parte anteriormente por el profesor Antonio Rumeu de Armas, y al menos dos de ellos han sido posterior objeto de discretas publicaciones, si bien una de ellas incompleta. Pretendemos ahora darlos a conocer en su integridad junto a un cuarto, y, al mismo tiempo, ofrecer una perspectiva más amplia sobre su contexto.
En honor a mi familia paterna: a mi bisabuelo Matías Casanova “el Charco”; a mi abuela, Susana Casanova Darias, y a mi tía abuela Manolita. De la Vega de Tetir. “De la parte de Guise”.
Que Guise y Ayose fueron los nombres de los dos jefes mahos que gobernaban la isla de Fuerteventura al tiempo de la conquista de Jehan de Béthencourt y Gadifer de La Salle es algo bien conocido en la cultura popular canaria. Tal es así que el segundo ha sido un antropónimo de imposición relativamente frecuente entre los varones nacidos en Canarias desde mediados de la década de 1970, momento en que comienza a reivindicarse con cierta fuerza el reconocimiento y homenaje a las raíces culturales e históricas precoloniales, largamente silenciadas.
Pero un hecho bastante menos conocido es que ambos nombres sobrevivieron a la conquista europea durante cuatro siglos sin perder ni un ápice de su cotidianidad. Y más sorprendente aún es que no lo hicieran en el campo de la toponimia, común refugio de palabras olvidadas, sino en un ámbito muy poco habitual: el administrativo.
“[…] por cuanto los dichos canarios no podrían vivir sin venir a estos nuestros reinos de Castilla y de León a mercar […]” (Carta de Calatayud, 30 de mayo de 1481)
FIRMA INVITADA: CECILIA CÁCERES JUAN
Este 30 de mayo, Día de Canarias, celebremos que los canarios sí vivían sin ir a los reinos de Castilla y de León a mercar. Viven y vivirán.
En solo una frase del llamado Pacto o Carta de Calatayud, firmado por los Reyes Católicos y un anónimo guanarteme el 30 de mayo de 1481, quedó reflejada la aparentemente súbita descomposición de la autarquía que durante siglos sustentó la vida de los antiguos canarios.
Este breve artículo examina, mediante un análisis subjetivo de la documentación relevante, los efectos del pacto en la identidad canaria en relación al argumento, o ethos, de la frase citada. Para contextualizar este extracto, debemos de tener en cuenta ciertos mitos conectados al pacto, como la creencia de que este dio origen al Día de Canarias.
A La Palma, nuestra Benahoare, en estos tiempos tan necesitada de fuerza y coraje.
En la memoria histórica tradicional de Canarias, a los individuos de las sociedades insulares precoloniales que se enfrentaron a la conquista europea en las condiciones de inferioridad tecnológica y numérica inherentes a su modo de vida, hábitat, recursos materiales y demografía, y que en ocasiones optaron por el sacrificio de sus vidas frente a la claudicación, se les otorga el papel de auténticos héroes del pueblo, con independencia de que el sujeto referido gozara o no de un estatus social privilegiado.