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El eclipse solar de 1478

Visibilidad del eclipse solar acaecido el 29 de julio de 1478. Los óvalos amarillos determinan las áreas en las que parte del eclipse tuvo lugar por debajo del horizonte. La curva azul “sobrevuela” las localizaciones desde donde pudo observarse la máxima ocultación del disco solar (fuente: Xavier Jubier).

[…] se metieron en una fortaleza que se llama el Ansita, que es a las partes de Tirajana. Lo cuál como el gobernador supo, partió con toda la gente de a caballo y de a pie que pudo llevar, y fuese a la dicha fortaleza y cercola; y túvola tanto cercada, que vinieron a partido que fuesen seguros de la vida y de cautividad y se fuesen a Castilla, lo cuál se asentó. Y otro día siguiente el faycán y los otros canarios salieron de la fortaleza, y los trajo consigo, y se tornaron cristianos, en el cuál día hizo el sol grande eclipse, y después llovió e hizo muy gran viento; y pasaron en aquella isla muchas aves que antes nunca habían visto, las cuáles fueron grullas y cigüeñas y golondrinas, y otras muchas aves que no saben los nombres.[1]MORALES (1978), p. 508. Adaptado del castellano antiguo por PROYECTO TARHA.

Este curioso pasaje, al cabo del capítulo XXXVII de la Crónica de los Reyes Católicos escrita por Diego de Valera, narra escuetamente el final de la conquista de Gran Canaria asociándola a un fenómeno astronómico de indudable trascendencia para la mayoría de las culturas antiguas: un eclipse total de sol.

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Los 520 esplendores de la luna

Jarra indígena procedente de Agüimes (Gran Canaria), conservada en El Museo Canario con el número de registro 260. Muestra un soliforme y un presunto eclipse (fuente: El Museo Canario).

En la historiografía canaria es muy conocido el legendario episodio de la incursión del capitán portugués Diogo da Silva de Meneses sobre la aldea indígena grancanaria de Agaldar.

Tras desembarcar al amparo de la noche, la expedición luso-castellana, compuesta por unos doscientos efectivos, trató infructuosamente de arrasar la población isleña al amanecer, quedando en su lugar atrapada por un contingente de hombres de pelea que la triplicaba en número. Cercados en un amplio recinto de altos muros de piedra seca, los invasores permanecieron encerrados allí dos días y una noche hasta que el guanarteme –jefe supremo– de Agáldar, tío del futuro Fernando Guanarteme, accedió a parlamentar con Diogo da Silva. Cuentan las fuentes narrativas que, tras echarle en cara al portugués su osadía, y contraviniendo el deseo de sus propios guerreros de acabar con las vidas de todos los sitiados, el líder indígena simuló caer en poder de los europeos para facilitar la liberación de estos, de quienes se dice que a consecuencia de este acto supuestamente piadoso comenzaron a llamarlo «Guanarteme el Bueno».

Pero no nos interesa desglosar aquí las diferentes versiones de este relato, desde la más sobria y corta ofrecida en la Crónica Ovetense[1]MORALES (1978), pp. 116-119. hasta la novelesca revisión de Leonardo Torriani,[2]TORRIANI (1959), pp. 120-126 sino llamar la atención sobre un dato curioso que aporta este ingeniero cremonés en el barroco discurso que hace pronunciar al jefe isleño. El pasaje concreto es el siguiente:

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