Las dos muertes de Doramas y el enigmático cronista Pedro López

Estatua idealizada de Doramas, obra del escultor grancanario Abraham Cárdenes (1907-1971) (fuente: MILLARES TORRES, A. et al. (1977 [1893]), Historia General de las Islas Canarias, tomo II, Las Palmas de Gran Canaria: EDIRCA, p. 178).

En nuestro artículo sobre el caudillo benahoarita Tanausu señalábamos la importancia que ostentan los antiguos héroes canarios en la conformación de la cultura popular del archipiélago.

Este valor alcanza cota paradigmática en el caso del guerrero grancanario Doramas, al sumar a los clásicos atributos personales de valentía, abnegación y autosacrificio, propios del modelo heroico, el del sujeto de origen humilde determinado a construir su propio destino, que pugna por ascender con su solo esfuerzo por la pirámide social a la que pertenece, mientras simultáneamente encara los obstáculos puestos tanto por el statu quo –una oligarquía isleña decidida a perpetuarse en el poder mediante el instrumento del linaje– como por fuerzas ajenas a las contradicciones sociales internas –los invasores europeos–.

No obstante, siguiendo la opinión de algunos autores, advirtamos que este enmarque del personaje dentro del tópico de la humildad de origen tiene más de licencia literaria que de hecho constatado, pues si bien todas las fuentes antiguas que biografían –someramente– a Doramas confirman sin dudas su pertenencia al estamento de los «trasquilados» –el más bajo en la antigua sociedad grancanaria, y que en el subnivel inferior agrupaba a carniceros y mirladores–, esta no descartaba necesariamente una condición previa de privilegio, potencialmente otorgada mediante filiación por vía paterna, pues los nobles o el propio guadarteme podían engendrar descendencia ennoblecible incluso en mujeres del estrato común, prole que para elevar su posición social de partida debía someterse, alcanzada la edad adulta, a un juicio público de nobleza que confirmase en el individuo la no comisión de actos o comportamientos indignos, o la realización de labores consideradas impropias de los estratos superiores. Y naturalmente, con posterioridad a su adquisición efectiva, la pérdida del estatus nobiliario por estas mismas causas es algo que cae por su propio peso. En cualquier caso, fuese Doramas trasquilado de nacimiento y sin remisión, por serlo de madre y padre, o noble, o aspirante a noble, su primer «oficio» como ladrón de ganado, atestiguado por algunas fuentes narrativas, anulaba toda posibilidad de adquirir o conservar tal estado.

Dos muertes para un héroe

No haremos aquí una semblanza de Doramas, tarea ya emprendida en varias ocasiones por otros autores, tanto desde la óptica historiográfica, como el profesor Juan Álvarez Delgado en su clásico artículo Doramas: su verdadera historia –si bien algunas de sus premisas y conclusiones son bastante cuestionables–, como desde una aproximación más literaria, caso del erudito don Agustín Millares Torres, con la obra Doramas incluida en sus Biografías de canarios célebres.

En cambio, sí es nuestra intención dar algunos apuntes sobre el episodio que consagró definitivamente al guerrero grancanario como héroe legendario, que es el de su épica muerte en combate contra el gobernador Pedro de Vera y sus hombres, que habían salido en expedición de castigo a fin de encontrar y dar caza al que por entonces consideraban el principal líder de la resistencia isleña contra las fuerzas castellanas de invasión, en una fecha imprecisamente situada entre finales de julio de 1480 –pocos días después de la primera arribada de Vera a Gran Canaria– y un día de san Andrés –30 de noviembre– de ese año o de 1481[1]Onomástica en la que el historiador Tomás Marín de Cubas data esta refriega en el libro II y capítulo VII de su Historia de las siete Yslas de Canaria (1694)..

Y es que para la historiografía la vida de Doramas acaba de dos maneras distintas: una, la narrada por el historiador barroco fray Juan de Abreu Galindo, y otra, la atestiguada por las demás relaciones antiguas, que es la seguida por los historiadores que suceden a Abreu Galindo –a excepción de fray José de Sosa, que opta por un relato análogo al de este, pero más breve–, y que no presentan demasiada variación entre ellas, con una sola y notabilísima excepción: la casi cinematográfica, y no por ello necesariamente dramatizada, versión de Tomás Marín de Cubas.

Las primeras crónicas

Las crónicas denominadas Ovetense[2]MORALES PADRÓN (1978), [cap. XV], p. 145 y Lacunense[3]MORALES PADRÓN (1978), [cap. XVI], pp. 212-213, seguidas de cerca en lo textual por las relaciones de Francisco López de Ulloa [4]MORALES PADRÓN (1978), [cap. XV], pp. 296-297 y Pedro Gómez Escudero[5]MORALES PADRÓN (1978), [cap. XI], pp. 407-408, ofrecen una visión del último enfrentamiento de Doramas que casa con lo esperable de un combate tardomedieval, sumando el valor de localizar y poner la refriega en relación a la toponimia aún existente hoy en día. Por ejemplo, la Ovetense nos dice sobre el particular[6]Modernizamos la puntuación y parte de los textos.:

Al fin el gobernador Vera, con toda su gente que tenía y la que de nuevo había venido, acordó de hacer muy de propósito una gran cabalgada con que espantar y amedrentar a los canarios, que tan soberbios estaban, como la hizo, y sucedió bien porque acertó el primer día a dar donde los canarios estaban juntos, y el dicho fuese camino de Arucas para ponerles temor que, como se usa en el arte militar, representarles la batalla quiso desde una lomada y sierra, frontero de donde ellos estaban, que hacía viso, yendo toda la gente a la larga y los caballos que tomaban mucho trecho con que parecía más que doblada la gente. Al fin, bajando al valle que dicen de Tenoya, subió por las lomadas altas que van hacia Arucas y, llegando a vista de los canarios, con gran furia embistió y embistieron con ellos, así la gente de a caballo como de a pie, los cuales no con menos ánimo y brío los recibieron y se defendían de los nuestros y les ofendían, y el Doramas señaló muchos con su espada de madera tostada muy pesada y grande que después un hombre muy fuerte de los nuestros no podía jugarla con dos brazos, y él con una mano la jugaba más liberalmente y hacía muy gran campo alrededor de sí porque todos se guardaban de sus fuertes golpes que al caballo que alcanzaba lo desjarretaba, y cortaba brazo o pierna como si fuera de hierro, y aún peor porque no tenían cura sus golpes y heridas, además de ello las lanzas que el dicho y los demás tiraban, a cualquier hombre armado que acertaban moría, y lo propio las piedras, como si fueran tiradas con ballestas grandes de las antiguas.

Los castellanos, sabedores del carisma del guerrero grancanario y de su peligrosidad como oponente, optan por aislarlo de sus compañeros, rodearlo y atacarlo en grupo. Una táctica habitual en el combate campal medieval, alejada de las caballerosidades que la literatura invoca a menudo para adornar estos violentos episodios:

Al fin los nuestros lo pasaran mal si no fuera Dios servido que el gran Doramas muriese porque el gobernador Vera y otros caballeros, de desesperados, enristraron contra él sus lanzas y le acometieron a un tiempo y le acertaron por el costado, que a no haber más de uno que le acometía, él era tan ligero que se sabía escapar de los golpes, mas como eran tantos no pudo, y como le vieron caído los demás canarios no fue menester más para que todos volviesen las espaldas a ponerse en salvo.

Victorioso, Vera no podía menos que exhibir la cabeza de su adversario como trofeo y advertencia:

Al fin, unos muertos y otros heridos y otros cautivos, en un punto después de la muerte de Doramas se acabó la batalla y se deshizo el fuerte que tenían hecho, y el gobernador Vera mandó cortar la cabeza del Doramas y traerla en una lanza y ponerla en medio de la plaza de San Antón, que era la principal del real donde ahora está la ciudad, que entonces se llamaba Gueniguada.

Probable escenario de la llamada Batalla de Arucas, donde Doramas murió a manos del gobernador Pedro de Vera y sus huestes. En primer plano, el barrio de Tenoya, al filo del barranco (valle) homónimo. Al otro lado, el Lomo de Arucas. A media distancia y a la derecha, la villa y montaña de Arucas (fuente: Google Earth).

La versión caballeresca: Abreu Galindo

Tradicionalmente, los anteriores textos se consideran derivados de un texto primigenio atribuido a Alonso Jáimez de Sotomayor, alférez mayor de la conquista de Gran Canaria, por lo que se los supone, en lo esencial, dignos de cierto crédito. Ello contrasta, sin embargo, con la versión que aporta Abreu Galindo, para quien el combate a cara de perro nunca tuvo lugar gracias a la iniciativa de Doramas de proponer a sus contrarios, y estos aceptar, el sustituir el enfrentamiento campal por la celebración de un duelo a muerte entre él y algún elegido de los castellanos, al modo caballeresco. Doramas, tras matar al primer voluntario, se enfrenta a Vera en persona, y este lo hiere mortalmente, renunciando el canario a seguir luchando[7]ABREU GALINDO (1848 [1632]), [libro II, cap. XVIII], pp. 133-134.:

El valiente Doramas, como vio que los cristianos se le acercaban, envió a decir si había entre ellos algún caballero que con él se quisiese probar. Fuele respondido que sí. Quiso salir Pedro de Vera, mas la gente no se lo consintió, diciendo que si, lo que Dios no quisiese, le sucediese alguna desgracia, quedaban todos en trabajo en faltarles su capitán y gobierno. Entre los de a caballo venía un hidalgo llamado Juan de Hozes que dijo él quería probar su persona con el canario que no conocía, y se fue para donde estaba Doramas, el cual, como lo vio venir para sí, le tiró un susmago, como dardo, el cual pasó el adarga y cota que llevaba por el pecho, y cayó muerto. Pedro de Vera sintió grandemente la muerte de este hidalgo, y comenzó a salir a él con mucho reposo. Conociendo Doramas que el que venía a él era el capitán de los cristianos, con el orgullo y soberbia de la suerte que había hecho, tuvo entendido le sucedería lo propio con Pedro de Vera, y estando cerca Doramas le tiró un susmago el cual rebatió con el adarga y se la pasó, y ladeando el cuerpo, pasó de largo, no hiriéndole el susmago, y procuró juntarse más para tirarle otro el Doramas, y Pedro de Vera bajó cuanto pudo el cuerpo y el susmago pasó por alto, e hiriendo de las espuelas al caballo, arremetió con Doramas y diole una lanzada que lo hirió malamente por un lado; íbale a dar otra, y Doramas hizo señal de rendirse. Los canarios, como vieron caído a Doramas, arremetieron con gran furia, ímpetu y rabia contra los cristianos, donde hubo una bien reñida pelea porque estaba allí la fuerza y flor de los canarios, y murieron allí muchos de ellos, y los demás se fueron retrayendo la cuesta arriba.

Para rematar lo inverosímil de su galante historia, Abreu Galindo hace a un agónico Doramas pedir el agua bautismal, omitiendo de paso toda mención al cercenamiento de la cabeza del caído:

Volviendo donde está Doramas caído y malherido dijo quería ser cristiano, y, apretándole la herida de la cual le había salido mucha sangre, comenzaron a venirse al real, y subieron la cuesta de Arucas, y le dieron grandes bascas y angustias de muerte, y pidió lo bautizasen, y trayendo agua en un casco lo bautizaron, siendo su padrino Pedro de Vera, llamándolo Pedro. Acabado de bautizar, con muestras de cristiano, expiró, dando su ánima a Dios. Enterráronlo encima de las montañas los cristianos y algunos canarios que habían venido con él, que no lo habían querido dejar, y le hicieron un cercado en el mismo lugar donde está enterrado, y pusieron una cruz que está hoy allí.

Apartando lo improbable de que Pedro de Vera aceptara enfrentarse en duelo de iguales a un personaje a quien sin duda consideraría como inferior, indigno de prerrogativas propias de los hidalgos, hay que señalar el hecho de que, desde luego, no es este el primer relato que el supuesto franciscano adorna con detalles insólitamente idealizados, de lo que podemos encontrar otras muestras en su también poco creíble versión de la muerte de Fernán Peraza el Joven, o en el resultado de las negociaciones entre Diogo da Silva y la familia Herrera-Peraza a fin de rescatar la Torre de Gando. Bien es verdad que tampoco estamos en posición de, sin más, culpar a Abreu Galindo de inventarse estos modelos, pues bien podrían proceder de sus informantes, interesados tal vez en inducir una visión particularmente sesgada de los hechos.

La versión más épica: Marín de Cubas

El hecho de que el doctor Tomás Marín de Cubas fuese, a tenor de sus escritos, un rendido admirador de Abreu Galindo y el primer integrador extenso y explícito de la obra historiográfica de este en su propia producción, no impide que mirase los datos ofrecidos por el fraile andaluz con ojo ciertamente crítico, y prueba de ello es su renuncia a hacer uso de los relatos del franciscano sobre las muertes de Fernán Peraza y Doramas, reemplazándolos por unas versiones épicas, y por qué no decirlo, casi cinematográficas de ambos sucesos, que hoy en día siguen causando emoción y admiración por su descarnado realismo. Sin entrar en su análisis, dejemos que sea el propio relato del combate final del guerrero grancanario el que hable de su excepcionalidad[8]MARÍN DE CUBAS (1986 [1694]), [libro II, cap. VII], pp. 191-192. Modernizamos el texto y la puntuación.:

Bien sentidos los españoles de las burlas pesadas de los canarios y sus atrevimientos, intentando Pedro de Vera el castigo, por acuerdo de todos salió el día de san Andrés, miércoles, dejando bastante guarnición en el real, con 50 lanzas de a caballo y 200 peones en busca del enemigo, camino de la sierra hacia el valle de Tenoia, o Tenoja, antes de Arucas; llevaban los caballos entre sí apartados, cogido mucho campo. Capitaneábalos el general Pedro de Vera. Llevaba el pendón blanco de dos puntas con Castilla y León en señal de paz, como siempre lo traía el alférez Jáimez, dispuestos primero todos como cristianos y hecha la exhortación de hacer cada uno el deber a ley de bueno; habiendo caminado una legua se veían algunos canarios armados que se iban juntando, y media legua adelante se vieron muchos en los riscos emparedados o metidos en corrales de piedras a modo de fortaleza, esperando llegasen a ellos: hicimos alto y de improviso venían el valle arriba muchos canarios armados de montantes de palo muy presurosos a los caballos, era esta la cuadrilla del afamado Doramas, que venían del mar donde se habían bañado hasta que la nueva de nuestra llegada les hizo venir; disparáronles primero los ballesteros algunos tiros y otros de fuego, mas no dando lugar a más, fue fuerza alancearlos, que se les hizo mucho daño. Pelearon algunos con gran reputación, tanto de los cristianos como de los gentiles, y lo más célebre fue el estrago que hizo Doramas. Meneaba en rueda con una mano su espada que no había [de] entrarle hombre alguno, otros tiraban un dardillo que pasaban a un hombre armado, y a un caballo, y de afuera los tiros de fuego les hacían daño, y decía Doramas, «llegad a mí seis, doce, y veinte, y no tiréis de afuera», y siempre estuvo gritando y diciendo oprobios de perros fementidos, traidores, en su lengua; hacía muchos movimientos con el cuerpo, ya retirado, ya descubierto, empleando sus golpes a su salvo. Viendo Pedro de Vera que se señalaba en mayores estragos le conoció, y se fue a él porque el primero que le acometió fue Juan de Flores, que picando recio al caballo se entró tanto que, quebrándole Doramas la lanza, también le quebró la cabeza del revés. Siguiole Pedro López, soldado de a pie, y tambien le llevó la espada de la mano; desbaratando otros de a caballo, entraron otros dos con Pedro de Vera a rodearlo como a un toro, el primero sobre el costado izquierdo, que tal no juzgó Doramas, fue Diego de Hozes, cordobés, que le hirió sobre la espalda derecha, y llevó de retorno un revés que le quebró la pierna izquierda; entró luego Pedro de Vera dándole segunda lanzada por el pecho, y luego le dieron un balazo en un brazo; a el primero dijo Doramas, «no te irás alabando»; a Pedro de Vera, «no eres tú quien me ha muerto, sino este traidor por detrás», y por último que no le tirasen de afuera como perros traidores, que a todos bebería la sangre, y luego comenzó atontado, desangrándose, a pedir agua con las ansias de la muerte. Juzgaron que quería bautizarse, y fue para beber. Trájola uno de a caballo, casi 80 pasos de allí, en un sombrero alemanisco lleno de agua; echáronla en un casco de hierro, bebiola, y salía clara por las heridas, y luego murió. Fue cortada la cabeza y traída delante, por un canario cautivo, en una asta gruesa de sus camaradas, que se dejaron prender por no desampararle; los otros canarios fueron de huida al verle ya herido: picaba el sol, eran las diez del día, deshiciéronse los paredones, y descansando algún poco, dio Pedro de Vera la vuelta al real. Estuvo muchos días en la plaza de San Antón la cabeza para escarmiento de atrevidos; la espada de palo que él jugaba con una mano, como si fuera con una caña, no podía un español a dos manos bien menearla. La fuerza que tenía dio admiración a todos. No era muy alto de cuerpo, mas era grueso, ancho de espaldas, gran cabeza, el rostro redondo, las narices pequeñas, y muy anchas las ventanas; la edad mediana, bien repartido de miembros.

Pedro López: ¿un «nuevo» cronista?

Así finaliza este inolvidable episodio en la Historia de las siete Islas de Canaria, que Marín de Cubas remató en 1694, y que a día de hoy sigue careciendo de una edición íntegra. Naturalmente, la pregunta es inevitable: ¿de dónde obtuvo Marín de Cubas esta exquisitamente detallada relación del suceso, que combina el uso del relato en tercera persona con ocasionales intervenciones en primera? Porque, aunque no sea descartable suponer una recreación ficticia elaborada por el, por otra parte, muy bien documentado historiador canario, la urdimbre del texto posee una complejidad difícil de justificar por la mera fantasía en el ámbito de un trabajo historiográfico ya de por sí bastante denso.

En nuestra opinión, la clave a este enigma tal vez haya que buscarla en el nombre del «soldado» al que Doramas desarma durante su último combate, y que, sin nada en el relato que nos haga suponer lo contrario, sigue con vida tras la refriega: Pedro López.

En el volumen de 1694 no volveremos a encontrar mención alguna de este nombre. Sin embargo, sí lo conseguiremos en el interesantísimo borrador de esta obra, redactado en 1687, que tuvimos el reciente placer de publicar íntegro en forma de edición crítica: Conquista de las Siete Yslas de Canaria.

Concretamente en el capítulo XIV del libro I, Marín de Cubas nos brinda el siguiente texto, tan enjundioso en su brevedad que casi da coraje que nos sepa tan a poco:

Dicen los canarios de unos en otros, y Pedro López que escribió algo de la conquista, que les oyó en aquellos días […]

“Diçen los canarios de unos en otros i Pedro Lopes que scrivió / algo de la conquista que les oió en aquellos días […]” (fuente: Biblioteca Insular de Gran Canaria, Fondo Miguel Santiago, signatura MS A57/03(2), f. 34v).

¿Se trata acaso del mismo personaje? Lástima que el texto que sigue a este reconocimiento –la historia de unos misioneros franciscanos– no aporte más luz sobre este «nuevo» cronista, de cuya obra aún no tenemos otro rastro que el que Marín de Cubas quiso dejarnos en su escrito.
Antonio M. López Alonso

Referencias

Spread the word. Share this post!

Deja tu comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *