De la parte de Guise. De la parte de Ayose

Estatuas idealizadas de Guise y Ayose, obra del escultor lanzaroteño Emiliano Hernández García, en el mirador homónimo sito en el municipio de Betancuria, en Fuerteventura (fuente: Luc. T / Wikimedia Commons).

En honor a mi familia paterna: a mi bisabuelo Matías Casanova “el Charco”; a mi abuela, Susana Casanova Darias, y a mi tía abuela Manolita. De la Vega de Tetir. “De la parte de Guise”.

Que Guise y Ayose fueron los nombres de los dos jefes mahos que gobernaban la isla de Fuerteventura al tiempo de la conquista de Jehan de Béthencourt y Gadifer de La Salle es algo bien conocido en la cultura popular canaria. Tal es así que el segundo ha sido un antropónimo de imposición relativamente frecuente entre los varones nacidos en Canarias desde mediados de la década de 1970, momento en que comienza a reivindicarse con cierta fuerza el reconocimiento y homenaje a las raíces culturales e históricas precoloniales, largamente silenciadas.

Pero un hecho bastante menos conocido es que ambos nombres sobrevivieron a la conquista europea durante cuatro siglos sin perder ni un ápice de su cotidianidad. Y más sorprendente aún es que no lo hicieran en el campo de la toponimia, común refugio de palabras olvidadas, sino en un ámbito muy poco habitual: el administrativo.

En las fuentes narrativas

Ninguna de las dos versiones de Le Canarien, la crónica que narra la campaña de conquista emprendida por Béthencourt y La Salle en Canarias, hace mención de estos dos antropónimos, aunque sí de los nombres cristianos que les fueron impuestos a ambos jefes en el momento de su bautismo, narración que solo aparece en la versión atribuida a los herederos de Béthencourt:

Primeramente llegó ante el señor de Béthencourt uno de los reyes, el de la parte que da a la isla de Lanzarote, […] y fue bautizado junto con las gentes que había traído consigo el 18 de enero de 1405, recibiendo el nombre de Luis. […] El 25 de enero acudió ante dicho señor el rey que residía en la parte orientada hacia Gran Canaria con cuarenta y seis de los suyos, pero no fueron bautizados ese día, sino al cabo de tres, y a este rey se le impuso el nombre de Alfonso.[1]AZNAR et al. (2006), p. 250.

Observemos que, puesto que se trata de un texto cuyo original está en lengua francesa, los nombres impuestos a estos jefes fueron Louis y Alphonse, y francés el idioma que aprendieron de los invasores, paulatinamente fusionado con el castellano que hablaba una parte de las huestes y colonos que participaron en la conquista de Lanzarote, Fuerteventura y El Hierro, las islas tomadas por Béthencourt, hasta que el último idioma prevaleció, no sin dejar durante el proceso voces que desaparecieron de su solar de origen, pero que aún perviven en Canarias, como el vocablo «mareta».

Otra parte de la crónica da cuenta de la rivalidad existente entre ambos jefes:

Lo cierto es que en esa isla de Erbania hay dos reyes que han estado durante largo tiempo en guerra, en la que se han producido muchos muertos en numerosas ocasiones, de modo que se encuentran muy debilitados. Y, como dijimos anteriormente en otro capítulo, es evidente que ha habido guerra entre ellos, pues poseen los castillos más fuertes, edificados según su estilo, que se podrían encontrar en parte alguna; también tienen, hacia el interior de la isla, un gran muro de piedra que en ese lugar abarca todo el país atravesándolo de uno a otro mar.[2]AZNAR et al. (2006), p. 248.

Diferencias que ambos apartaron de sí, al menos de cara al nuevo y autoimpuesto señor de su isla, cuando este les concedió propiedades en Lanzarote:

Acudieron a presencia del señor de Béthencourt los dos reyes de la isla de Fuerteventura que habían sido bautizados, e igualmente les concedió sitio y terreno como le pedían, otorgando a cada uno cuatrocientos acres de arbolado y tierras, […][3]AZNAR et al. (2006), p. 265.

Retomando el asunto central de nuestra exposición, la primera referencia a los nombres autóctonos de Guise y Ayose aparece en la pluma del fraile andaluz Juan de Abreu Galindo, que  finaliza su única obra historiográfica conocida presuntamente en 1632, aunque la mayor parte de sus informaciones hacen referencia a la segunda mitad del siglo XVI. En el capítulo XI del libro I de su Historia de la conquista de las siete Yslas de Canaria afirma:

Estaba dividida esta isla de Fuerteventura en dos reinos, uno desde donde está la Villa hasta Jandía, y la pared de ella; y el rey de esta parte se llamó Ayoze; y el otro desde la Villa hasta Corralejo, y este se llamó Guize. Y partía estos dos señoríos una pared de piedra, que va de mar a mar, cuatro leguas.[4]ABREU GALINDO (1848 [1632]), [libro I, cap. XI], p. 33.

Y en el capítulo XIII:

Había disensión y diferencia entre los dos reyes de esta isla de Fuerteventura sobre los pastos entre los reyes Yose y Guize.[5]ABREU GALINDO (1848 [1632]), [libro I, cap. XIII], p. 37.

De los «reinos» olvidados

Nada más sabemos sobre el periplo vital de Guise y Ayose fuera de estas escuetas informaciones cronísticas. Pero lo que sí conocemos, gracias a la documentación pública superviviente, es que sus nombres permanecieron muy vivos en Fuerteventura hasta al menos el siglo XVIII. Y es que ambos denominaban a dos de las tres grandes comarcas o demarcaciones en que se dividía administrativamente la isla desde el inicio de su etapa eurocolonial.

No podemos asegurar que estas demarcaciones correspondieran a los dominios territoriales de cada jefe exclusivamente en vida de ellos, como se desprende del testimonio de Abreu Galindo, o si sus denominaciones ya existían con anterioridad a la vida de estos personajes. En cualquier caso, las menciones a estos nombres son constantes en los cabildos mahoreros celebrados entre los años 1606 y 1774, especialmente en lo tocante a la elección anual del llamado «regidor diputado» o «cadañero» de cada parte, y en los llamamientos públicos a hacer apañadas de ganado guanil –esto es, sin marcar, asilvestrado–, como así lo prueban las actas cabildicias, afortunadamente rescatadas y publicadas entre 1966 y 1970 en forma de extractos por el juez Roberto Roldán Verdejo y la licenciada Candelaria Delgado González.

Veamos un ejemplo en la asamblea celebrada el 21 de enero de 1615 en la ermita de Valle de Santa Inés:[6]ROLDÁN VERDEJO et al. (1970), p. 107.

Se reúnen después de haber oido la misa mayor para hacer la elección de regidores diputados y personero. Primero se pusieron en suerte las siguientes personas: Andrés Perdomo de Vera, Francisco Perdomo Betancor, Juan Rodríguez Perdomo, Miguel Perdomo de Vera y Agustín Perdomo y Diego Viejo López, todos ellos por la parte de Guise, poniéndose sus nombres en cedulitas, y dejando en otra parte otras tantas en blanco y una de ellas con el nombre de «Regidor». Por la parte de Ayose se pusieron en otras cedulitas a Juan Perdomo Francés, Francisco de Morales Ortega, Luis Perdomo de Vera, Juan de Senabria Marichal, Marcos Luzardo Cardona, Sebastián Hernández Soto, Melchor Enríquez, Gaspar Fernández Peña y Felipe de Santiago, con otras en blanco y una con la indicación de «Regidor diputado de la parte de Ayose». Echadas en dos sombreros, las sacaron dos niños y salieron, por Guise Diego Viejo López y por la de Ayose, Melchor Enríquez.

¿Cuál era la raya o límite de estas dos demarcaciones? Según el acta de la asamblea del 20 de febrero de 1612, celebrada en Santa María de Betancuria:[7]ROLDÁN VERDEJO et al. (1970), p. 93.

Dado que los jumentos guaniles están sueltos por no haberse hecho apañada de ellos, los marcan los vecinos para decir que son suyos, lo que va en perjuicio del pueblo. Acuerdan no se marque ninguno sin que se hallen presentes los diputados del Cabildo, no pudiéndose correrlos tampoco. Dichos regidores diputados son Lucas Melián Estasio y Juan Hernández Jerez, y se entiende que se divide Ayose de Guise por el Barranco de la Torre a la Peña Horadada […]

Y según el cabildo del 25 de enero de 1616, reunido en el mismo lugar:[8]ROLDÁN VERDEJO et al. (1970), p. 116.

Yten se acordó que, atentos andan largos los ganados vacunos en esta ysla, de que se redundan muchos daños en los panes, ordenaron y mandaron que todos los vesinos de la parte de Ayose, que se entiende de la aldea de las Cassillas [de Morales, o del Ángel (?)] para la dicha parte, junten y apañen todo el ganado vacuno que en ella ay […] Y assimismo acordaron que los bezinos de la parte de Guisse […] junten y apañen todos sus ganados vacunos […] en el corral del Esquén, en la aldea de Chincoy, […]

División administrativa de Fuerteventura entre los siglos XVI y XVIII (fuente: PROYECTO TARHA).

Según el fragmento de la crónica Le Canarien que insertamos, la frontera estuvo delimitada por un largo muro de piedra que iba «de uno a otro mar», «cuatro leguas», en precisión de Abreu Galindo; es decir, una veintena de kilómetros, que es aproximadamente, en efecto, la extensión de Fuerteventura entre los hitos geográficos señalados. Lo que tal vez no sea tan verosímil es que dicho muro –que no debió de ser muy alto, atendiendo a su función esencialmente delimitadora– recorriese toda esa distancia, máxime si se tiene en cuenta la irregularidad del terreno, montañoso y hasta escarpado a tramos, por lo que quizás habría que pensar en una construcción solo existente a segmentos, o bien en una obra de recorrido más largo para acomodarse al trazado más accesible de la orografía. Sea como fuere, este muro ya no debía de existir en vida del fraile historiador, que habla de él en pretérito, en tanto que el relato francés da cuenta de su presencia al tiempo de los hechos que narra.

A estas dos comarcas se sumaba una tercera, largamente referida en diversos documentos públicos: la Dehesa de Jandía, que ya Abreu Galindo, en el texto citado, refiere separada del «reino» de Ayose por una «pared», un segundo muro, que fue el que presuntamente dio nombre a la actual localidad mahorera de La Pared, y que habitualmente se confunde con su «hermana» mayor, la auténtica divisoria de las demarcaciones de Guise y Ayose. Esta raya, también desaparecida, marcaba el límite norte del coto y dehesa señorial, ya perfectamente señalado por la línea del campo de jables.

Algunas de las actas nombran además una cuarta división administrativa intermedia denominada Medianía o Medianías, implantada por necesidades de gestión, y que precisamente por este motivo no será objeto de este artículo.

Antonio M. López Alonso

Referencias

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