Category Archives: Etnografía

Esenciales (X): Las cuentas de la conquista de Gran Canaria

En 1966, como fruto de una investigación alentada por el profesor Antonio Rumeu de Armas, el por entonces doctorando Miguel Ángel Ladero Quesada publicaba en el Anuario de Estudios Atlánticos la transcripción de unos sorprendentes documentos que arrojaban nuevas luces sobre la conquista realenga de Canarias y que a la vez planteaban nuevos interrogantes. La valiosa información aparecía consignada en tres cuentas de gastos, una clase de documento cuya árida y rutinaria naturaleza no dispone a presagiar ningún dato interesante. Nada más lejos de la realidad.

La primera cuenta, fechada entre 1481 y 1482, en pleno proceso de conquista de Gran Canaria, estaba firmada por Pedro de Arévalo, proveedor de la armada conquistadora. La segunda relación de gastos venía signada por Juan de Frías, alcaide de los Alcázares de Córdoba –no confundir con su homónimo, el obispo de Rubicón–. Finalmente, la tercera cuenta mostraba la rúbrica de Antonio de Arévalo, hijo del primero, designado pagador de las huestes castellanas que participaron en la Guerra de Canaria, una vez concluida esta.

El Puerto de Las Nieves (Agaete, Gran Canaria) en 2015. En la lejanía, la montaña de Amagro, lugar sagrado para los antiguos grancanarios. A la derecha, el Roque de Las Nieves. Al pie de este hito geológico fue edificada la Torre de Agaete entre julio y septiembre de 1481 (fuente: PROYECTO TARHA).

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De tarjas y pintaderas (2/2)

El famoso drago de Icod de los Vinos, Tenerife. Esta planta de porte arbóreo (Dracaena draco) fue utilizada por los antiguos canarios para la fabricación de los escudos que algunos autores identifican con las tarjas (fuente: Wikimedia Commons).

En plausible relación más o menos directa con las pintaderas, citadas en la primera parte de este artículo, las fuentes etnohistóricas mencionan la utilización de divisas o emblemas entre los indígenas grancanarios. Citemos algunos textos relevantes al respecto.

De la relación de Antonio Sedeño:[1]MORALES (1978, pp. 367, 369). Adaptado del castellano antiguo por PROYECTO TARHA.

[…] traían rodelas muy grandes de altura de un hombre, eran de una madera ligera estoposa de un árbol llamado drago. La espada llamaban majido y el broquel tarja; las espadas eran delgadas y puntiagudas; traían en las rodelas sus divisas pintadas a su modo de blanco y colorado de almagra, jugaban la espada con mucha destreza.

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De tarjas y pintaderas (1/2)

Pintaderas Verneau

Parte de las pintaderas estudiadas por el profesor René Verneau (fuente: VERNEAU (1883), lám. VI).

Motivo destacado de estudio y análisis por parte de la arqueología canaria son los objetos de factura indígena conocidos como pintaderas. Estas consisten en unos pequeños utensilios de barro cocido –terracota– o madera que presentan diversos motivos geométricos de complejidad variable –triángulos, círculos, rectángulos, líneas quebradas– incisos, excisos e/o impresos sobre una superficie plana de contorno circular o poligonal denominada campo y generalmente dotados de un apéndice, a menudo perforado por uno o más orificios.

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Los 520 esplendores de la luna

Jarra indígena procedente de Agüimes (Gran Canaria), conservada en El Museo Canario con el número de registro 260. Muestra un soliforme y un presunto eclipse (fuente: El Museo Canario).

En la historiografía canaria es muy conocido el legendario episodio de la incursión del capitán portugués Diogo da Silva de Meneses sobre la aldea indígena grancanaria de Agaldar.

Tras desembarcar al amparo de la noche, la expedición luso-castellana, compuesta por unos doscientos efectivos, trató infructuosamente de arrasar la población isleña al amanecer, quedando en su lugar atrapada por un contingente de hombres de pelea que la triplicaba en número. Cercados en un amplio recinto de altos muros de piedra seca, los invasores permanecieron encerrados allí dos días y una noche hasta que el guanarteme –jefe supremo– de Agáldar, tío del futuro Fernando Guanarteme, accedió a parlamentar con Diogo da Silva. Cuentan las fuentes narrativas que, tras echarle en cara al portugués su osadía, y contraviniendo el deseo de sus propios guerreros de acabar con las vidas de todos los sitiados, el líder indígena simuló caer en poder de los europeos para facilitar la liberación de estos, de quienes se dice que a consecuencia de este acto supuestamente piadoso comenzaron a llamarlo «Guanarteme el Bueno».

Pero no nos interesa desglosar aquí las diferentes versiones de este relato, desde la más sobria y corta ofrecida en la Crónica Ovetense[1]MORALES (1978), pp. 116-119. hasta la novelesca revisión de Leonardo Torriani,[2]TORRIANI (1959), pp. 120-126 sino llamar la atención sobre un dato curioso que aporta este ingeniero cremonés en el barroco discurso que hace pronunciar al jefe isleño. El pasaje concreto es el siguiente:

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El estatuto de matar las niñas

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Indígenas de Gran Canaria según recreación de Leonardo Torriani (s. XVI) (fuente: Biblioteca Geral da Universidade de Coimbra, signatura Ms. 314, folio 36v.)

En el seno de las sociedades prósperas, el control demográfico es asunto que inspira debates ligados a consideraciones éticas, morales y religiosas, casi siempre distorsionados por la coyuntura de un estado de bienestar al que se le supone una durabilidad indefinida. Pero en las comunidades humanas sometidas a factores limitantes, sean temporales o permanentes, de índole productiva –escasez de agua potable, de terrenos cultivables y/o pastos–,  medioambiental –plagas, epidemias, sequías, inundaciones, incendios– o política –guerras–, la supervivencia de las mismas podría depender en gran parte de la aplicación de medidas restrictivas sobre la tasa de natalidad, si bien es cierto que, en muchas ocasiones, estas buscan favorecer los intereses de los estamentos privilegiados mediante la eugenesia o selección de los individuos considerados más convenientes.

En la historiografía canaria, concretamente en Gran Canaria, es paradigmático el llamado estatuto de matar las niñas, así denominado por su referente más conocido, fray Juan de Abreu Galindo:

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La muerte de Guillén Peraza

Los posibles restos de Guillén Peraza, marcados con el número 4, descubiertos durante la excavación arqueológica dirigida por los profesores Bertila Galván Santos y Juan Francisco Navarrro Mederos realizada en la iglesia de la Asunción, San Sebastián de La Gomera (fuente: PÉREZ (2005), p. 294).

Entre los años 1979 y 1980, un equipo de arqueólogos dirigidos por los profesores Bertila Galván Santos y Juan Francisco Navarro Mederos ejecutó una excavación de urgencia en la iglesia de la Asunción (San Sebastián de La Gomera), edificio que iba a ser sometido a una importante reforma. En el nivel más profundo de los enterramientos situados en la antigua Capilla Mayor, debajo de los restos de otros difuntos, los expertos descubrieron el esqueleto de un varón joven que presentaba una fractura lateral de cráneo y que descansaba en una orientación oblicua respecto a la de la nave del templo. La presencia de una «blanca» –moneda castellana acuñada durante el reinado de Enrique IV– en un nivel inmediatamente superior al de los restos permitió datar el enterramiento como anterior a 1471. Fragmentos de azulejos andaluces y escombros de piedra y barro permitieron aventurar la existencia de una antigua ermita, orientada de manera diferente a la actual iglesia, lo que explicaría la inusual posición del cadáver.[1]NAVARRO (1984), pp. 588-590, 593-594.

Aún sin contar con las modernas técnicas de identificación genética, las evidencias sugerían un nombre de manera casi incontestable: aquel joven debía tratarse de Guillén Peraza, único hijo varón legítimo de Fernán Peraza «el Viejo».

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El ganado guanil

Apañada de cabras en San Juan de Sisetoto, Fuerteventura (fuente: Revista BienMeSabe).

Caliente aún en los medios de comunicación y redes sociales la polémica medida adoptada por el Cabildo de Gran Canaria consistente en exterminar las cabras guaniles de ciertos espacios naturales protegidos de la Isla, nos ocupamos aquí del origen de un término tan autóctono.

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