Negros de Gran Canaria, moriscos de Lanzarote

Parte de la familia materna del autor, originaria de Santa Lucía de Tirajana, en Gran Canaria, circa 1960 (foto: Antonio López Casanova / archivo familiar López Alonso).

En memoria de mi madre, Carmen Alonso Suárez, tirahanera de origen, teldense de corazón, palmense de nacimiento y schamannera de arraigo.

No hace mucho, un artículo de prensa atribuía la inexistencia de una Chinatown en Canarias al doble hecho de que la comunidad china residente en el archipiélago es escasa, y al espíritu integrador de la población canaria.

En realidad, a diferencia de lo que en las grandes urbes occidentales suele entenderse por cosmopolitismo, que en su faceta menos amable deriva en la progresiva formación de barriadas donde únicamente conviven y se interrelacionan las personas pertenecientes a un mismo grupo étnico o social, el carácter cosmopolita de Canarias se debe a la feliz paradoja de que su propia condición de islas, y más concretamente de islas pequeñas, tiende a dificultar la conformación de grupos humanos cerrados, y no menos determinante en este contexto ha sido la inexistencia de una división tajante entre el medio urbano y el rural, obligando la escasez de distancia física, en ambos casos, a la convivencia e interacción social. Esto es innegablemente positivo y deseable.

Pero para que este modelo de urdimbre social pueda evolucionar de forma cohesionada y constructiva se requiere inapelablemente reposo y conversa. Tiempo y trato para engranar y madurar la integración de las diferentes culturas. Y de la necesidad de esta condición tenemos secular experiencia los canarios con los diversos contingentes humanos que, de distintas maneras, por distintos motivos y bajo distintas motivaciones, se han ido incorporando a la población insular.

Lamentablemente, desde tiempos recientes, el intenso flujo inmigratorio hacia el archipiélago, en especial de personas con poder adquisitivo superior al del canario medio, y procedentes de grandes ciudades donde prima el culto a la vida urbanita, manifestada en forma de competitividad, anonimato y apego a las real estate properties, entendido aquel en muchos casos como aislamiento personal y ausencia de interrelación vecinal, todo ello a su vez inmerso en un fenómeno globalizador gobernado por la tiranía de la inmediatez y de lo perentorio, hace casi materialmente imposible llevar a efecto los sobredichos reposo y conversa para lograr una integración real y efectiva, y no dar pie a la dificultosa, pero no imposible, conformación de guetos en estas ínsulas.

Ojalá nos equivoquemos y las próximas generaciones canarias no se eduquen en la ausencia de nuestros tradicionales valores de empatía, solidaridad y hospitalidad ni se diluya el rico patrimonio cultural canario, que los poderes públicos insulares, como señala el propio Estatuto de Autonomía de Canarias ya en su primer artículo, se obligan a defender.

Dicho esto, como la memoria es muy flaca, y los canarios no estamos libres de este defecto, conviene de vez en cuando acudir a las fuentes documentales para conocer cómo era la realidad étnica y social del archipiélago en tiempos no tan lejanos, si atendemos al hecho de que en más de seiscientos años de historia documentada el modo de vida insular solamente sufrió cambios de consideración durante el proceso de la conquista europea; luego, con la implantación de los cultivos de exportación; tras la Revolución Industrial, y, a partir de la década de 1960, con la llegada del turismo de masas.

Los lugares de Telde, Agüimes y Tirahana cartografiados circa 1590 por Leonardo Torriani (fragmento). La orientación del mapa pone el Este en la parte superior (fuente: Biblioteca Geral da Universidade de Coimbra, signatura Ms. 314, f. 31v).

Los negros de Tirahana

Tras la conquista realenga, buena parte de la población de Gran Canaria estuvo conformada por esclavos negros y mulatos traídos desde el continente africano para ocuparlos en el trabajo de los ingenios azucareros y el cultivo de la caña dulce, entre otras penosas labores, pero que tras el fallecimiento de sus amos quedaron libres o ahorrados, seguramente por manda testamentaria, como era cristiana costumbre entre los miembros de las clases pudientes.

Un número importante de negros, de los esclavos empleados entonces en las poblaciones de Ingenio y Agüimes, se trasladaron hacia el interior de la isla, a la caldera de Tirahana, donde conformaron varias comunidades vecinales; una en la parroquia del hoy turístico municipio de San Bartolomé de Tirajana –cuyo núcleo rural y administrativo, a pesar de su denominación oficial, y desde tiempos inmemoriales, se sigue conociendo popularmente por su nombre autóctono: Tunte–. Así lo testimonia en 1686 un jovencísimo Pedro Agustín del Castillo, futuro historiador y padre del primer conde de la Vega Grande de Guadalupe, al hablar del lugar de Tirahana:

Será lugar [de] 300 vecinos, los más son negros y viven en cuevas. Tienen buena iglesia que se está acabando con su cura, hay alcalde […][1]CASTILLO Y LEÓN (1994 [1686]), [cap. VI, v. Lugar de Tirahana], s. f..

Puesto que el término vecino hacía referencia a un cabeza de familia, suponiendo que cada familia constase de una media de cuatro miembros[2]Véanse coeficientes demográficos más rigurosos para el siglo XVII en MACÍAS HERNÁNDEZ (2004), p. 925., resulta que de unos 1 200 pobladores que contenía presuntamente la Caldera, más de 600 eran negros.

Un año después, en 1687, el médico e historiador Tomás Marín de Cubas, natural de la cercana ciudad de Telde, confirma esta información sobre la población tirahanera:

El cabildo y regimiento y caballeros conquistadores, a su costa, fabricaron tres fragatas para limpiar estas costas y hacer entradas en África, y otras islas por conquistar, y en Guinea, de donde trajeron negros para los ingenios y poblaron en Tirajana, y quedaron libres por muerte de sus amos, donde hoy viven allí muchos en forma de pueblo, y son hombres de valor; defienden aquellos puertos de los moros y otros enemigos que entran por aquella parte a robar ganados y hacer aguada; tienen particularidades buenas, lo primero, buenos cristianos; tienen parroquia de san Bartolomé, entendidos y despiertos, y valientes de corazón y fama;[3]MARÍN DE CUBAS (2021 [1687]), [libro I, cap. XI, f. 66r], p. 295.

En 1607, según el historiador y sacerdote Santiago Cazorla León, el matrimonio formado por los negros Antón Pérez Cabeza y Juana García abandonó Agüimes y se asentó en el barranco de Tirajana, probablemente en el lugar después llamado barranco de los Negros[4]PÉREZ HIDALGO (2010), p. 541., instituyendo sus descendientes la cofradía de San Sebastián, una de las imágenes que por entonces se custodiaban en la parroquia de Tunte, ya que el patriarca había sido devoto de este santo durante su residencia en Agüimes. Sabemos que esta tradición persistió más de dos siglos, pues consta que en 1817 el párroco titular les impidió sacar la talla en procesión, incidente que llevó a los indignados cofrades a interponer denuncia ante el cabildo catedral[5]CAZORLA LEÓN (2000), pp. 30-31.:

Que los morenos de San Bartolomé de Tirajana se quejan de su cura, porque ellos han estado siempre en la posesión de sacar la función de san Sebastián en aquel puesto, cargada la efigie del santo, y que este año el cura se los ha impedido, insultando a los demás de su clase.

Bien entrado el siglo XVIII, Pedro Agustín del Castillo, ya consumado cronista, actualiza los datos reportados en su adolescencia:

Es [Tirahana] lugar asperísimo, por lo quebrado de su situación, en la sierra de esta isla, remoto de esta ciudad seis leguas; su vecindad de 416 vecinos, muchos negros, que se mantiene su color tan atezado como si vinieran ahora de Guinea, ignorando el tiempo de su entrada; sí solo se sabe que son libres de cautiverio[6]CASTILLO (1948-1960 [1737]), [libro III, cap. I], pp. 732-733..

La compañía de negros y mulatos

Tal era la importancia de la población negra en Gran Canaria que el franciscano José de Sosa testimonió que en 1677 se había constituido una milicia de negros, mulatos y criollos para defensa de la isla, compañía puesta bajo las órdenes de Juan Felipe Liria, negro libre:

El autor, circa 1986 (foto: Archivo familiar López Alonso).

El año de 1677 hizo nombramiento la ciudad, para consultarlo con el rey nuestro señor, de capitán, alférez, y demás oficiales, instituyendo una compañía de negros y mulatos que no están en las listas por ser esclavos, y hicieron capitán de ellos a un negro libre y cristiano viejo (que los hay muchos en esta isla, mayormente en el lugar de Tirajana, que desde la conquista de la isla se conservan negros libres de mucha verdad y fidelidad, de los cuales procede este) llamado Juan Felipe Liria, hombre muy valiente, y gran maestro de armas, habiéndole dado su título y patente de capitán, trajo su insignia y pasea con ella, en habiendo rebatos, o que por otra causa está la gente en cuerpo; hizo su lista por toda la isla, y halló haber número de 648 negros, y con los mulatos esclavos, criollos y advenedizos 6 478, con todos los cuales viene a la plaza de armas el día de la ocasión, a tomar la orden de su capitán a guerra[7]SOSA (1848 [1678]), [«Único escripto»], p. 20..

Independientemente de la precisión de estas cifras, a la postre debe tenerse en cuenta que el número de habitantes de Gran Canaria durante la horquilla temporal 1580-1599 se ha estimado entre 8 734 y 9 734[8]MACÍAS HERNÁNDEZ (1991), p. 943., y que, en cualquier caso, de la inclinación demográfica hacia estos colectivos poco favorecidos por la sociedad colonial –negros, mulatos, criollos y foráneos; estos últimos, de seguro, no europeos– ya se hacía eco una investigación ordenada por el rey Carlos I de Castilla en septiembre de 1536 a fin de atender la queja del gobernador Bernardino de Ledesma de que en la isla «ay más esclavos berveriscos y negros que vezinos»[9]LOBO CABRERA (1982), p. 323..

El puerto de Arrecife, hoy capital de Lanzarote, dibujado por Leonardo Torriani circa 1590 (fuente: Biblioteca Geral da Universidade de Coimbra, signatura Ms.314, f. 17r).

Los moriscos mahoreros

La vigente y popular diferenciación entre conejeros y mahoreros para los respectivos naturales de Lanzarote y Fuerteventura es en realidad relativamente moderna, siendo el segundo gentilicio el que se otorgó originalmente a los nacidos en cualquiera de ambas islas, según fuentes de los siglos XVI y XVII como Gaspar Frutuoso, Leonardo Torriani, fray Alonso de Espinosa y fray Juan de Abreu Galindo.

El régimen señorial –primero de titularidad normanda, luego castellana– que se impuso desde principios del siglo XV en estas dos islas, pronto acometió su expansión no solo hacia el resto del archipiélago, sino también hacia la vecina Berbería, alcanzando su máximo durante el gobierno de la familia Herrera Peraza –doña Inés Peraza; su marido, Diego García de Herrera, y herederos–, en el que se trajeron a Lanzarote y Fuerteventura numerosos esclavos berberiscos, además de los camellos mahoreros.

Como bien sabemos, estas cabalgadas o incursiones esclavistas dieron origen a conflictos entre los señores de Lanzarote y Fuerteventura, y las distintas tribus asentadas o pasantes por la costa continental frontera a Canarias; tribus que, en represalia, no solo asediaban el puesto de avanzada señorial en su propio territorio –la torre de Santa Cruz de la Mar Pequeña–, sino que también se atrevían a cruzar el agua y contraatacar las islas más a su alcance, también con rentabilidad en humana especie.

A este respecto, el testimonio sin duda más conocido de la impronta que dejaron las capturas señoriales en la composición de la población mahorera es el del ingeniero Leonardo Torriani, que circa 1590 asevera sobre Lanzarote:

De los moros que trajo [Diego de Herrera], muchos se bautizaron y quedaron con libertad en esta isla; los cuales, labrando y cultivando la tierra como vecinos y habitantes, han aumentado tanto, que los tres cuartos de los isleños [de Lanzarote] son todos moros, o sus hijos o nietos[10]TORRIANI (1959 [c. 1590]), [cap. X], p. 44.;

Continúa el cremonés, que no deja de manifestar su disgusto ante lo que considera una relajación de los moriscos lanzaroteños en cuanto a sus deberes de cristianos nuevos:

[…] y tanto lo son en sus pésimas costumbres y en sus pensamientos, que, aunque estén bautizados, tienen entre ellos este modo de hablar que, cuando uno pregunta al otro si tiene algo que hacer, contesta que «si Dios quiere»; y si le preguntan si [el] domingo irá a oír misa, contesta que «por fuerza». Además, al ser asaltados tres veces en espacio de 16 años por los turcos y los moros, y llevados presos a África, nunca quisieron pelear (al igual que los soldados suizos) siendo así la causa de tantas ruinas.

Hay que notar que la expresión «si Dios quiere» que tanto escandaliza a Torriani, por ser indudablemente traducción de la insh Allah musulmana, ha sido de tradicional uso frecuente en Canarias hasta hace muy poco tiempo; de hecho, es una frase incorporada al léxico hispánico mediante su condensación en el vocablo ojalá. Lo llamativo del caso es que el cremonés, aun trabajando para la corona castellana, la presenta como una anomalía que parece no haber escuchado en ninguna otra parte del mundo cristiano. Continúa Torriani:

Esta gente es flaca, delgada y ligerísima. Viven con carnes asadas y con harina de cebada, que tuestan seca en el horno, o mezclan con agua o con miel. Combaten pedestres con la lanza, y a caballo con el dardo y la adarga, como acostumbran los africanos y los jinetes españoles. No tienen miedo a los arcabuces; al contrario, a menudo ocurre que, desembarcando allí corsarios, a proveerse con agua y con carne, dos de estos hombres asaltan a muchos y los matan. Suelen soportar grandísimos trabajos y cansancio; son muy afectuosos y cuidan muy bien a los que alojan. Llevan barba larga y se afeitan la cabeza; tienen la tez aceitunada y muy buena y limpia dentición[11]TORRIANI (1959 [c. 1590], [cap. X], pp. 43-44)..

Y en el dibujo que hace del puerto de Arrecife, sintetiza:

Desde esta isla se solían hacer las entradas en África que está en unas 18 leguas de distancia, para hacer presa; y la muchedumbre de esclavos moros que se llevaban de allí ha crecido tanto, que casi toda la isla está habitada por ellos. Son bautizados, se alimentan con harina de cebada mezclada con agua, que ellos llaman gofio, y con carne asada; y por esto dicen que son sanos y dispuestos[12]TORRIANI (1959 [c. 1590], [grabado, v. Arrecife], p. 288)..

Antonio M. López Alonso

Referencias

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