Esenciales (VII): La Pesquisa de Cabitos

Teguise

Panorámica de la actual villa de Teguise (Lanzarote) en 2016 desde el monte Guanapay. Llamada Gran Aldea por los europeos en el siglo XV, fue capital del Señorío de las islas de Canaria y escenario de la insurrección de los vecinos contra el gobierno de Inés Peraza y Diego de Herrera que dio origen a la Pesquisa de Cabitos (fuente: PROYECTO TARHA).

[…] y nosotros, como gentes pocas y pobres, miserables, ignorantes, vivientes en la dicha isla, pobres que no tenemos de qué proveernos ni mantenernos salvo del cielo y de ganados cabrunos, y no tenemos otras haciendas ni rentas de qué vivir. Porque, Señor, si un año cogemos pan, dos años no lo cogemos, y así vivimos en esta tierra, en nuestra miseria y pobreza, y se nos llevan el dicho tributo cada año […]. Y de todo ello, los dichos señores Diego de Herrera y Doña Inés, su mujer, no son contentos […] cada día nos agravian más, sacándonos de nuestras casas, haciéndonos desamparar nuestras mujeres e hijos, llevándonos por la fuerza contra nuestras voluntades a otras islas de infieles en las que murieron y mueren muchos de nosotros y nos hacen guardar torres y fortalezas […] no queriéndonos dar ni pagar ningún sueldo […] y ya no les osamos decir ni repetir a los dichos señores ninguna cosa de los dichos agravios que así nos hacen por gran miedo que de ellos habemos hasta hacerlo saber a Vuestra Alteza, a la cual suplicamos con grandes voces, como gentes muy miserables y muy agraviadas, que Vuestra Alteza nos remedie con justicia, pues, Señor, estamos aislados en las ínsulas, en la dicha isla de Lanzarote, que está apartada de los reinos de España, en la mar al poniente.[1]Aznar Vallejo (1990, pp. 173-174) –adaptado del castellano antiguo por PROYECTO TARHA–.

Nunca imaginaron los promotores de esta rogativa que sus peticiones iban a dar origen al expediente público más importante que se conserva sobre la conquista de Canarias.

En agosto de 1475, los vecinos de Lanzarote, descendientes de indígenas mahos y de los conquistadores franconormandos y castellanos que habían invadido la Isla a principios de siglo, junto a colonos de nueva residencia, rogaron al escribano Juan Ruiz de Zumeta que redactase en sus nombres esta apremiante carta dirigida a Fernando V el Católico, rey consorte de Castilla, denunciando las abusivas prácticas de los señores de la Isla, doña Inés Peraza y su marido, Diego García de Herrera, y solicitando la conversión político-administrativa de la Isla al dominio realengo, es decir, a la gobernación directa por parte de la Corona, lo que en la práctica equivalía a reivindicar la abolición del Señorío de las islas de Canaria. Los mensajeros designados para portar la misiva junto a un grueso legajo de pruebas documentales y representar al Concejo de la Isla fueron dos nativos lanzaroteños: Juan Mayor y Juan de Armas.[2]Aznar Vallejo (1990, pp. 170-172).

No faltaron grandes peligros durante el viaje de ambos procuradores: a punto de llegar a Córdoba, miembros y agentes de la familia señorial les robaron toda la documentación, además de secuestrarlos y encerrarlos en una heredad de los Herrera-Peraza en Huévar, al oeste de Sevilla, siendo finalmente rescatados por un alto funcionario de la Corte, el Dr. Antón Rodríguez de Lillo.[3]Aznar Vallejo (1990, pp. 223-224).

Original de la Virgen de los Olmos (s. XIV) que presidía el Corral de los Olmos, recinto donde se llevó a cabo la Pesquisa de Cabitos y que ocupaba el espacio de la actual plaza sevillana de la Virgen de los Reyes, donde se puede contemplar una copia de esta imagen depositada en una hornacina de la Giralda (fuente: Wikimedia Commons).

Esteban Pérez de Cabitos, juez pesquisidor

Atendiendo la petición de sus súbditos isleños, los Reyes Católicos ordenaron investigar quién era el legítimo propietario de la isla de Lanzarote, ya que los vecinos insistían en que dicha posesión estaba sujeta por derecho, en última instancia, a la Corona de Castilla.

Los monarcas encomendaron directamente esta misión a Esteban Pérez de Cabitos, residente en la collación –parroquia– sevillana de Triana, siendo nombrado juez pesquisidor a tales efectos. Apenas se conocen datos sobre este personaje y el por qué de su elección, pero sin duda debía de ser un hombre de confianza de la Corona, recompensándosele por la ejecución de este encargo con la propiedad del caño y madre de las Rocinas –el actual arroyo de la Rocina, lindante con la población ovetense de El Rocío–, además de con el cargo de alcalde mayor de Gran Canaria.[4]Archivo General de Simancas –signaturas RGS,LEG,147611,732 y RGS,LEG,147803,42–..

Desestimando las protestas del procurador señorial, Alfonso Pérez de Orozco, quien había exigido a Pérez de Cabitos viajar a Lanzarote para cumplir mejor con sus deberes como pesquisidor, la investigación fue llevada a cabo enteramente en Sevilla, entre diciembre de 1476 y abril de 1477, en el interior del Corral de los Olmos, recinto que albergaba las dependencias municipales y que colindaba con la torre –antiguo alminar, conocido años más tarde como la Giralda– de la catedral de Santa María la Mayor. Cabitos se excusó alegando, entre otros motivos, el no dar lugar a intentos de soborno, aunque es de suponer que el pesquisidor sencillamente no quiso emprender un viaje en el que el riesgo de perder la vida era bastante elevado, dados los intereses puestos en juego.

Testigos y voces: los interrogatorios

Hemos señalado otras veces que, a diferencia de las crónicas y las historias sobre la conquista en las que sus protagonistas adquieren una corporeidad casi legendaria, los documentos públicos ofrecen una visión mucho más realista sobre los mismos, y la Pesquisa de Cabitos es una magnífica prueba de ello. Por sus manuscritos desfilan no solo las palabras de los testigos comparecientes, algunos de ellos conocidos por las fuentes etnohistóricas, sino también las voces documentadas de los reyes Juan II, Enrique IV, Isabel I, Fernando V, las del conde de Niebla, Maciot de Béthencourt, Diego García de Herrera, Inés Peraza, Fernán Peraza el Viejo y Guillén de las Casas, entre otros. Y es de lamentar el irremediable silencio que la muerte y el tiempo han dejado caer sobre los conocimientos que, en mayor o menor medida, atesoraban sin duda estos y otros personajes sobre la verdad de los hechos acaecidos y la cultura indígena.

Los once testigos presentados por el concejo de Lanzarote y la Corona fueron sometidos a un interrogatorio de oficio compuesto por nueve preguntas, más otras nueve exigidas en calidad de contrainterrogatorio por la parte señorial. Estos once individuos fueron:

  1. Juan Rodríguez de Gozón: mercader.
  2. Antón Fernández Guerra: cómitre del Rey (capitán de mar o jefe de remeros en las galeras).
  3. Pedro Fernández Chichones: mercader.
  4. Juan García Bezón: cómitre del Rey.
  5. Diego de Porras: mercader.
  6. Juan Rodríguez de Cubillos: cómitre del Rey.
  7. Juan Ruiz de Zumeta: escribano del Rey y vecino de Lanzarote. Según fray Juan de Abreu Galindo, rubricó el Acta de Zumeta.
  8. Fernán Guerra: almogávar e intérprete, vecino de Lanzarote. Personaje de importancia capital para la conquista de Gran Canaria, del que hablaremos en un futuro artículo.
  9. Juan Bernal: vecino de Lanzarote, uno de los hombres que Inés Peraza mandó detener durante las protestas vecinales.
  10. Juan Mayor: natural de Lanzarote, procurador vecinal y personaje habitual en las crónicas canarias donde aparece como intérprete de la lengua indígena.
  11. Juan Íñiguez de Atabe: escribano de cámara de los Reyes Católicos. Secuestrador de Lanzarote durante dos años del reinado de Juan II de Castilla.

En defensa de sus derechos, el Señorío de las islas de Canaria presentó a doce testigos, a quienes sometió a un interrogatorio compuesto nada menos que por cuarenta y una preguntas. Sus nombres fueron:

  1. Manuel Fernández Trotín: cambiador y mercader. Durante la conquista realenga de Gran Canaria abastecería al campamento del capitán Juan Rejón.
  2. Antón de Soria: vecino de Sevilla.
  3. Gonzalo Rodríguez: marinero.
  4. Diego Martínez: carpintero que intervino en la construcción de la Torre de Gando.
  5. Fernán Alfonso: ayudó a llevar mantenimientos a la Torre de Gando.
  6. Diego de Sevilla: mercader.
  7. Juan Bocanegra: vecino de Sevilla.
  8. Antón Benítez: marinero.
  9. Pedro Tenorio: bizcochero.
  10. Martín de Torre: vecino de Sevilla.
  11. Antón de Olmedo: carbonero.
  12. Álvaro Romero: presbítero.

Anverso del primer folio de una de las pruebas documentales presentadas por el Señorío de las islas de Canaria ante el juez Cabitos: la escritura de permuta en 1445 de los derechos que poseía Guillén de las Casas sobre el Archipiélago por una heredad olivarera perteneciente a Fernán Peraza el Viejo y sus hijos Guillén Peraza e Inés de las Casas, la futura doña Inés Peraza (fuente: PARES – Archivo General de Simancas – signatura CCA,DIV,9,17).

Una excusa perfecta

Enzarzada la Corona de Castilla en una guerra abierta con el Reino de Portugal por la posesión del trono castellano y el dominio del Atlántico norteafricano, la comisión de la Pesquisa de Cabitos proporcionó al rey Fernando V la excusa perfecta para tomar definitivamente el control de la conquista de Canarias, lastrada tanto por la incapacidad bélica del Señorío como por la ambigua relación de este con la corona lusitana –Inés Peraza y Diego de Herrera habían casado a su hija mayor con Diogo da Silva, hombre de confianza del trono portugués y antiguo adversario de los señores–, y, de camino, desmantelar el pequeño pero diplomáticamente peligroso reino de los Herrera-Peraza.

Efectivamente, a finales del verano de 1477, concluida la pesquisa y estudiado el caso, una comisión de tres consejeros reales dio su parecer a la reina Isabel I la Católica quien, junto a su marido, tomaría la decisión final: los señores conservarían la propiedad de las islas ya conquistadas pero la Corona les expropiaría el derecho a conquistar las tierras insumisas a cambio de una compensación económica fijada en cinco cuentos –millones– de maravedís.[5]Aznar Vallejo (1990, pp. 20-21).

Cabe imaginar que esta decisión, que únicamente beneficiaba a los intereses de los monarcas, debió de caer como un jarro de agua fría sobre los vecinos de Lanzarote, quienes no solo tendrían que seguir soportando la tiranía señorial sino, ahora además, las previsibles represalias por parte de doña Inés Peraza. Pero hasta de esta circunstancia supo sacar provecho el rey Fernando: toda conquista necesita colonos, y Gran Canaria –y después La Palma y Tenerife– sería un buen refugio para los isleños agraviados por los señores. Colaborar era la única esperanza que les quedaba.

Los manuscritos

La copia más antigua del expediente de la Pesquisa de Cabitos –de hecho, coetánea al proceso– fue redactada por el escribano Diego Fernández de Olivares y se conserva en la Real Biblioteca del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial (Madrid), bajo la signatura RBME X-II-26 y el título Información hecha por comisión de los Reyes Católicos Don Fernando y Doña Isabel, sobre a quién pertenece la isla de Lanzarote y la conquista de las Canarias. Desafortunadamente, la digitalización de este importantísimo legajo no es gratuita ni de libre descarga.

Parte de las pruebas manuscritas originales que forman parte del expediente se ha perdido y el resto se conserva en diversos repositorios como el Archivo General de Simancas, accesible digitalmente a través del portal PARES.

Ediciones recomendadas

Creemos adquisición imprescindible para toda persona que desee estudiar en profundidad la historia antigua de Canarias la edición íntegra publicada en 1990 por el profesor Eduardo Aznar Vallejo bajo el título Pesquisa de Cabitos. Con todo, existen dos ediciones anteriores que están disponibles públicamente para su descarga digital:

  • La parte documental de la Pesquisa, incluida en el segundo volumen, publicado en 1880, de los Estudios históricos, climatológicos y patológicos de las Islas Canarias, por el Dr. Gregorio Chil y Naranjo, fundador de El Museo Canario.[6]Chil y Naranjo (1880, pp. 518-632).
  • La parte testifical, inserta en el libro Carácter de la conquista y colonización de las Islas Canarias, publicado en 1901 por el profesor Rafael Torres Campos.[7]Torres Campos (1901, pp. 121-206).
Antonio M. López Alonso

Referencias

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