La profesora Vicenta Cortés Alonso en Colombia junto a un grupo de indígenas yagua en 1959 (fuente: Archivo Histórico Nacional – Archivo Vicenta Cortés).
Como en repetidas ocasiones se ha hecho resaltar, la conquista de las Canarias es como el tubo de ensayo de la primera reacción entre dos elementos que se iban a entremezclar muy pronto y en mayores proporciones al abrirse las grandes rutas oceánicas: el europeo y el aborigen, cada uno con su bagaje material y espiritual.
Firma autógrafa de Diego García de Herrera, señor consorte de las islas de Canaria, en 1457 (fuente: Archivo Municipal de Burgos, signatura C3-3-16-27).
A la hora de reconstruir los hechos históricos, el estudio de la documentación pública resulta extremadamente útil puesto que esta nos ofrece una visión oficialmente testimoniada de los mismos. A diferencia de las crónicas e historias, que son relatos escritos desde la subjetividad de un observador o, a lo sumo, de un investigador alejado cronológicamente de los sucesos narrados, los documentos públicos, redactados por un colectivo de profesionales de la consignación de datos –escribanos o notarios–, ofrecen el testimonio directo de los protagonistas de los eventos o, al menos, de informadores de primera mano.
Es por ello que en el transcurso de nuestras investigaciones procuramos localizar la mayor cantidad posible de escrituras públicas, y aunque algunas de ellas no guardan relación directa con la historia de Canarias, siempre cabe la posibilidad de que estas acaben aportando algún dato inédito, inadvertido o, al menos, curioso. Es el caso del testamento de Pedro García de Herrera, mariscal de Castilla y padre del último señor consorte de las islas de Canaria,Diego García de Herrera.
El famoso mapa de las Islas Canarias asociadas al signo zodiacal de Cáncer, según el ingeniero Leonardo Torriani a finales del siglo XVI (fuente: Biblioteca Geral da Universidade de Coimbra, signatura Ms. 314, folio 8r.)
En 1584, el rey Felipe II de España comisionaba a uno de sus técnicos de confianza, el ingeniero Leonardo Torriani (Cremona, Ducado de Milán, c. 1560 – Coimbra, Reino de Portugal, 1628), para el diseño y la construcción de un torreón y un muelle en la isla de La Palma. Este encargo, que duraría unos dos años, se vio ampliado por la contratación del cremonés en 1587 para llevar a cabo un proyecto más ambicioso: la inspección de todas las infraestructuras defensivas del Archipiélago junto con la redacción de un informe completo sobre las mismas que incluyese propuestas de ampliación y reforma.
La estancia del ingeniero en el Archipiélago duró en total unos doce años, hasta 1596, lo que le brindaría la oportunidad de conocer con cierta profundidad diversos aspectos sobre la cultura y la historia del mismo. Afortunadamente, en sintonía con el estilo barroco imperante en la cultura italiana, Torriani juzgó que un simple informe técnico sería demasiado árido para el gusto del monarca:
Habiéndome ordenado Vuestra Majestad, en años pasados, que hiciese la descripción de las Islas Canarias, me pareció que tan pequeñas tierras, destacadas del África, así solas, por la pequeñez del asunto, no podían serle sino de poco agrado. Y así, al encontrar en los monumentos de las letras con qué hermosearlas, me determiné añadirle la historia y los acontecimientos que en ellas pasaron, hasta nuestros tiempos, con los pareceres y los dibujos de sus fortalezas.[1]TORRIANI (1959), p. 1.
Los posibles restos de Guillén Peraza, marcados con el número 4, descubiertos durante la excavación arqueológica dirigida por los profesores Bertila Galván Santos y Juan Francisco Navarrro Mederos realizada en la iglesia de la Asunción, San Sebastián de La Gomera (fuente: PÉREZ (2005), p. 294).
Entre los años 1979 y 1980, un equipo de arqueólogos dirigidos por los profesores Bertila Galván Santos y Juan Francisco Navarro Mederos ejecutó una excavación de urgencia en la iglesia de la Asunción (San Sebastián de La Gomera), edificio que iba a ser sometido a una importante reforma. En el nivel más profundo de los enterramientos situados en la antigua Capilla Mayor, debajo de los restos de otros difuntos, los expertos descubrieron el esqueleto de un varón joven que presentaba una fractura lateral de cráneo y que descansaba en una orientación oblicua respecto a la de la nave del templo. La presencia de una «blanca» –moneda castellana acuñada durante el reinado de Enrique IV– en un nivel inmediatamente superior al de los restos permitió datar el enterramiento como anterior a 1471. Fragmentos de azulejos andaluces y escombros de piedra y barro permitieron aventurar la existencia de una antigua ermita, orientada de manera diferente a la actual iglesia, lo que explicaría la inusual posición del cadáver.[1]NAVARRO (1984), pp. 588-590, 593-594.
Aún sin contar con las modernas técnicas de identificación genética, las evidencias sugerían un nombre de manera casi incontestable: aquel joven debía tratarse de Guillén Peraza, único hijo varón legítimo de Fernán Peraza «el Viejo».
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